A veces, en nuestras vidas, hacemos
auténticas locuras, cosas que prácticamente nadie entiende, pero que nosotros
necesitamos conseguir. Todas estas locuras nunca vienen solas; están
acompañadas de ganas, de toneladas de ilusión.
Sin duda, podemos decir que muchas locuras llevan
el nombre de “sueños”. Sueños que queremos cumplir, metas que nos marcamos a
nosotros mismos, en busca de la felicidad.
Te estarás preguntando por qué te cuento todo esto…
Pues bueno, lo cierto es que ayer cometí la mejor locura de mi vida. Llevaba
mucho tiempo necesitando volver a ver a mi ídolo (Sí, has leído bien:
necesitando. Llega un momento en el que eso que para algunos es un “capricho”,
para alguien como yo es una necesidad, una preciosa necesidad) y algo me decía
que eso iba a suceder pronto, y que iba a ser perfecto. Así que, sin saber aún
que la palabra “perfecto” se iba a quedar muy pequeña para lo que sucedió ayer,
comencé a intentar por todos los medios que mis pensamientos se convirtieran en
algo real. Y así fue.
7 de Marzo. 17:15. Justo en ese momento, comencé a
asimilar que iba a volver a verle. Madrid, Guille (el mejor amigo del mundo) y
“¡Martínez…que no eres bueno!” me estaban esperando. Cuando llegué, dejé las
cosas en casa de mi prima y puse rumbo hacia la puerta del Sol, donde me
encontré con Guille. Desde allí, fuimos a perdernos en las secciones de música
de Fnac y El Corte Inglés, tomamos algo en Starbucks, cenamos en Vips
(rebosando postureo) y nos dirigimos hacia la puerta del teatro Alcázar. Quedaba
media hora para que empezara el espectáculo. Confieso que fue cuando me vi
sentada en esa butaca cuando comencé a asimilar que iba a volver a ver a Dani.
Tras una hora y media de risas, aplausos y
felicidad, el espectáculo llegó a su fin. Guille y yo salimos del teatro y yo
pregunté: ¿ahora qué? La respuesta a mi pregunta fue clara, enseguida fuimos
hacia la puerta trasera para esperar a que saliera Dani. Justo ahí fue cuando
los nervios se apoderaron totalmente de mí. La puerta se abrió varias veces,
pero ninguna de ellas fue para que saliera Dani. Pasaron unos minutos y por fin
apareció. Muerta de vergüenza, me acerqué a él y pregunté: ¿te puedo dar un
abrazo? Y, sin dejarme reaccionar, respondió mientras me abrazaba. Después nos
hicimos fotos con él, le di las gracias por todo y nos fuimos. Pero, torpe de mí,
se me había olvidado pedirle un autógrafo; así que volví y se lo pedí. Lo mejor
de todo es que, mientras firmaba mi cuaderno, estuvimos hablando como si nos
conociéramos de toda la vida. Me encanta esa cercanía que muestra siempre Dani
con todo el mundo.
El final perfecto de esta noche mágica fue ese
abrazo que le di a Guille al despedirnos de Dani, ahí fue cuando realmente me
di cuenta de que había cumplido un sueño, cuando comencé a asimilar todo lo que
había pasado.
Para terminar con esta pseudo-crónica,
me gustaría, como siempre, dar las gracias: Gracias, Pri, por acogerme en tu casa.
Gracias, Dani Martínez Villadangos,
millones de gracias por hacerme feliz, por hacer que durante una hora y media
me olvide de todo y me centre en disfrutar, gracias por tus abrazos, tu cercanía
y tu buen rollo. Muchísimas gracias por todo, caricato.
Gracias también, por supuesto, a
Guille. Has sido muy mencionado en el relato de esta historia, y eso es porque,
si no hubiera sido por ti, el día de ayer no hubiera sido tan perfecto (de
hecho, creo que ni hubiera ocurrido) Gracias por cuidarme tanto siempre, por
estar ahí y por acompañarme en la que ha sido la mejor locura de mi vida.
Ojalá
sean muchas más noches como la de ayer.